Una mañana de verano, los jardines lucían
resplandecientes y una brisa cálida los recorría. La reina se encontraba allí
posando, su madre había insistido en cambiar sus retratos por unos más
actuales, en una pausa de su labor, la fastidia modelo contemplo al joven
pintor. Esos ojos brillaban con un resplandor desconocido, aquella mirada
fascinante consiguió despertarla de su inercia. Lo dudo mucho, sabia que no era
lo apropiado pero no resistió y se dispuso a entablar conversación:
-
A mis oídos han llegado varios
comentarios sobre su gran talento, su familia debe estar orgullosa. – La reina
se esforzó por disimular la inseguridad en su voz.
-
Eh...eh... – El joven
visiblemente sorprendido levanto los ojos de los pinceles titubeando.- A decir
verdad no, su alteza, mi familia... me
aborrece.
-
¡Como!. - Exclamo.
-
Pues... mis padres deseaban
para mí la vida religiosa y yo huí del claustro. – balbució con timidez
-
¡Huyo deshonrando a su familia
y a la santa iglesia! ¡Dios mío! – El
horror se mezclo con la admiración en el rostro de la reina.
-
Os ruego señora mía no me
juzguéis mal, tantas veces el huir fue asociado con la cobardía, quizás sea
verdad, más en esta ocasión desearía que reluciera mi valentía para tomar las
riendas de mi existencia. Mi vocación estaba muy lejos de mi fe, no estaba
dispuesto a fingir, solo porque una tradición familiar marca que el cuarto hijo
debe ser consagrado a Dios. No puedo decir si fue o no correcto, simplemente
elegí ser fiel a mi mismo. Soy el dueño de mi vida, aunque mi propia sangre no
lo comprenda. - El artista hablo con tanta convicción y
cierta aspereza en la garganta.
Ambos callaron, estas palabras tan sentidas calaron hondo en el alma de
la reina como el despertar de un huracán dormido. En su boca surgieron sonidos
sus pensamientos profundos, casi sin quererlo tomo de confidente a ese hombre
de mirada esplendorosa que la escucho pacientemente.
¿Qué sentimiento era aquel oprimiéndole pecho? Había descubierto que el
destino no es inevitable. Pero ella siempre hizo lo que debía aun en contra de
si misma. ¿Y quién desea reinar cuando sé es niña? No obstante ella cumpliría
con su obligación, lo más miserable es percatarse, que su función no pasaba de
aceptar las “sugerencias” que excusados en la juventud e inexperiencia de su
majestad no paraba de llenar sus oídos, sí era arcilla en las manos de su madre
y consejeros, cuan triste es saber que ella sumisamente había aceptado las reglas de un reinado de
apariencias. No era la dueña de su vida y como duele saberte una bella
muñeca de trapo.
Desearía huir, pero ¿cómo? Si ella era el gran rostro, ¿cómo ocultarlo
para escapar? Viviría escabulléndose de
la guardia real.
Su ocasional confesor debía marchase, una doncella le anuncio a la reina
la hora de su baño y aun no se había alistado para el banquete que se daría en
honor de su cumpleaños numero dieciséis.
Pero una pregunta desesperada retuvo, “¿Qué es esta sensación inquietante
azotando mi corazón?”, él contesto dulcemente, la sed de libertad que no iba a
calmarse hasta de hecho ser libre. “¿Huir? Imposible”, susurro la reina con
angustia, el joven dijo que el escape fue su salida, quizás ella solo tenia que
levantar la voz evitando que la vida
pase por ella como el agua por sus dedos. Beso la pequeña mano real y se
marcho.
Luego de aquel encuentro debía enfrentar erguida, con la diadema
orgullosamente sobre su cabeza, al mudillo de hipócritas que aguardaba en el salón.
Su majestad fue anunciada y reverenciada como de costumbre para después
permanecer sentada contemplando a los muñecos danzar felices. Se sentía
inquieta, su mente no paraba de repasar cada frase del artista y esa sed de
libertad la consumía.
De pronto escucho palabras que la sacaron bruscamente de sus
pensamientos, su madre comentaba con una duquesa cualquiera, que era tiempo de
conseguir un buen matrimonio para la reina y comenzaron a deliberar sobre el
mejor partido.
Una llama encendió la mirada de Constantina II, quien incorporandose con
su copa en la mano ordeno un brindis, sobre el salón cayo el silencio y la
reina Constantina levanto la voz: “¡Brindo por el inicio de un patético
concurso, a cargo de mi madre para decidir que hombre iba entrar en el lecho
real, por supuesto él más conveniente las relaciones políticas, es decir, a las
arcas de los consejeros, ¡sí señores una
reina al mejor postor! ¡Pues esta reina no se vendería! Y concluyo diciendo,
¡levanto mi copa por todos aquellos que sienten como yo, su libertad una
mentira, su felicidad una apariencia y su vida no es más que una ilusión!...
Recuerdo la noche de la rebelión de esa reina
obediente que fui supongo que no debo ser la única viviendo en un falso reino,
más ahora la soledad me sofoca. Con mis
mejillas empapadas en la impotencia que fluye, me pregunto: ¿dónde esta la
salida de mi nefasto reino? ¿Tengo la valentía de encontrar la puerta y el fin
de un falso reino? Preguntas como estas
puede asaltarte en un simple instante... ¿si tienes el coraje para despertar?
Todos los derechos reservados © Patricia TORRES (TRIUNFANTE)
No hay comentarios:
Publicar un comentario